miércoles, 29 de marzo de 2017

Cayos Demenciales


Robert Sparego, joven de unos 16 años, de aspecto críptico y huraño a la vez. De buena educación, pero poca presencia paternal en su desarrollo.
Cierto día de verano, Robert decide quedarse en su casa de campo, que estaba al norte de Denver-Colorado. Su madre agitada, como olas de mar por la tarde, pregunta:
-         -Robert, hijo.

-         -Si madre -. Respondió el con desvarío.

-        - ¿Por qué no estás listo? -. Ya es hora de partir.

-         -No madre, no iré, este verano no seré tu compañero. He decidido quedarme solo, necesito silencio a mi alrededor. “En la soledad se paga mejor el precio” -. Concluyó.

-         -Hijo pero… - La interrumpió Robert.

-         -No insistas, ya dije que no iré.

-         -Está bien como quieras -. Dijo su madre con holgada displicencia.

La mujer encendió su carro. Era un Volkswagen del 68, de un blanco radiante. Mientras iniciaba su marcha, ella gritaba desesperadamente:

-        -¡Hijo recuerda no hablar con extraños!

     -Si madre, ya lo sé. Soy adulto, lo puedo llevar todo bajo mi control -. Esto dijo mientras su voz se diluía por el vespertino aire.

Pasado 7 días, Robert no había movido un solo dedo para ordenar su casa, todo lucía sin vida, triste y opaco, hasta él. De pronto se sintió abrumado por la soledad. La melancolía se volvió tan densas que parecía poder palparla. Mucho tiempo atrás, Robert, había hecho muchas promesas. Aprovechó la soledad para recordar todo lo que quería hacer. Se dio cuenta de que había caído en el fracaso de una promesa hueca.

-         -¡Soy el eco de lo que alguna vez fui! -. Gritó con todas sus fuerzas.

-         -¿No sé cómo pude llegar a esta condición? Necesito una intervención ya -. Pensó.
     
     Decidió llamar a algunos conocidos

-       -Deben estar desocupados -. Dijo para si.

-Tomo su celular, marcó el número de su mejor amigo. Después de un par de repiqueteos, pudo escuchar la voz del otro lado de la bocina.

-        -Hola, hermano -. Contestó Fred sorprendido.

-         -¿A qué se debe tu llamada? -. Pregunto con hilaridad.

-         -Llamaba para saludarte, y preguntar si tienes algún día libre. Mamá no está en casa, y, ya sabes, podemos invitar algunas amigas y hacer un buen reencuentro.
-         Robert, de verdad me encantaría, pero no puedo, estoy atareado con algunas cosas de la familia. Pero si tengo algún espacio, seguro que te llamaré.

-         -Está bien, comprendo -. Dijo Robert, ahogado por la soledad.

Robert desvariaba y su semblante cada día decaía. No era ni la sombra del chico que algún día fue. Perdía peso, no tenía ganas de mover su cuerpo, su cama era la única con la que podía hablar. Las paredes de su casa presionaban su vida como un acordeón. Se sentía como un niño, mareado en el fracaso, la tristeza galopeaba dentro de él sin tregua.

-         -¿Me acostumbraré a vivir así?

-         -¿No tendré escapatoria? -. Susurró.

 La pereza se apodero de sus huesos, la melancolía nublo su vista, tanto que no podía darse cuente de que alguien de hace rato lo observaba.
Tal era la condición pírrica en a que Robert había caído, que las noches parecían eternas y el amanecer era un espanto para él. Solo, sin amigos, veía su reflejo como cenizas, su aliento no empañaba ni siquiera el vidrio de sus ojos. Comenzó a notar que su cuerpo se encorvaba, el aire comenzó a faltarle, sus manos lucían desgastados, sus rodillas rechinaban de la inmovilidad, su brillo se perdió, y su cuerpo parecía como metal en medio de la Antártida.

3:45 de la madrugada, el chico da vuelta sobre su cama, la agonía es desesperante, envuelto en un sueño intranquilo. De pronto oye el Tum, Tum, Tum, de la puerta de su habitación. No le dio importancia. Al cabo de dos minutos, el estando apunto de conciliar el sueño nuevamente, escucha el mismo sonido en su puerta.

-         -Debe ser el gato -. Musitó.

Pero al mismo tiempo dijo:

-         -No tengo gatos -. Espetó.

     El miedo recorrió su ser como la corriente en las aguas, literalmente su corazón se paralizó, pero su oído seguía vivo. Y de pronto escuchó como un silbo.

-         -¿Hay alguien ahí?

-         -¿Alguien puede oír mi voz?

-         -Si -. Respondió Robert, mientras su corazón comenzaba a latir paso a paso.
-         Robert te conozco bien, tu debilidad, tu tristeza y tu dolor, son para mí motivos. ¿ Sabes? Hubo alguien que duró cuatro días siendo un cadáver, pero en ese cuarto día, al oír mi voz salió de la tumba.

-         -¿Me abrirás la puerta? -. Preguntó.

Robert como pudo abrió, y sin poder ver su rostro, se derrumbó a su pies. Y mientras que rayaba  el alba, vio esbozar una sonrisa en el cielo
-         Estuve distante de ti, se que te he ignorado -. Balbuceaba Robert.

El hombre de la puerta respondió:

-         -Mis heridas, y el peso de tu pasado sobre mí, es lo que te justifica.

Robert se abatió en la profundidad de sus amores. 





                                                                                                                         FIRI.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario