Al hablar de poesía es fácil encontrar
a alguien que no le guste, que diga que le aburre, o le parece cursi; sin
embargo, debe ser muy difícil, por no decir imposible conseguirse a alguien que
nunca se haya identificado con, al menos, una idea o sentimiento expresado en
algún poema. Nadie pide permiso, ni paga ningún derecho de autor, al encontrar
un pedazo de su alma en las palabras de alguien más…Probablemente pagó por el
libro en el que las consiguió, aunque hoy en día lo más seguramente las haya conseguido por internet, gratis. Sea
cual sea el caso, por el sentimiento no pagó.
Muchos
lectores, no serán más, que eso; leerán un poema, les gustará o no, se sentirán
afectados por él o no, lo recordaran constantemente o lo olvidarán al instante
que no lo tengo en su campo de visión. Otros le recitaran o sugerirán un poema
a otra persona, en la escena típica de un galán que conquista a una muchacha
con unas rimas y algunos recursos retóricos que la hacen sentir especial. A
estas personas no se les pasará por la cabeza pedirle permiso al autor para
usar sus versos.
Entonces
pareciera que los autores de estas obras literarias no tienen ningún derecho
sobre ellas una vez publicados y las personas pueden hacer uso de ellas
libremente sin temor a consecuencia alguna.
¿A quién pertenece la poesía? ¿Es
patrimonio del país de su autor? ¿A su autor? ¿Es la poesía de nadie y a la vez
de todos? Según el personaje principal de la película “Il postino”, Mario
Ruoppolo, “La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita” (El cartero (y Pablo Neruda), 1994).
La Petiza
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