jueves, 7 de abril de 2016

De la A de acróstico hasta la V de víbora pasando por el código Homero

El código Homero

Grecia, año 2040, Robert Langdon por algún milagro todavía se encuentra vivo, todos creen que se debe al deporte que práctico de joven en la universidad; los clavados. Sin embargo, algunos sostienen la teoría de que para un hombre es muy difícil llegar a esa edad, mucho más en el siglo XXI y después de todas las "aventuras", como él mismo le llama, vividas por Langdon. 


No había todavía despuntado el sol en el panorama griego cuando Langdon abrió sus ojos de golpe, pensó que los viejos normalmente se levantan temprano, pero la taquicardia que estaba sufriendo en ese momento contradecía su hipótesis mental. Vino a él una especie de sensación de ansiedad, como que si fuese a tener alguna revelación divina, toda su vista se nubló y en aquel panorama negro aparecieron dibujados unos planos, parecía una especie de máquina, acto seguido cayó desmayado. 


Langdon tenía una enfermera que al oír el golpe salió corriendo exclamando.


–¡Señor Langdon! ¿Se encuentra bien? –dijo muy asustada. 


–Tranquila, Jeniffer, estoy bien, solo fue un delirio de mi edad, supongo –afirmó, mientras Jeniffer le ayudaba a levantarse del suelo.


Una vez de pie, Langdon buscó una hoja de papel y dibujó todo lo que había visto, había fórmulas, dibujos y materiales. Enseguida pidió a Jeniffer que le buscara los materiales que anotó en otro retazo de papel que tenía a mano. Pasadas 3 horas apareció Jeniffer con lo encargado por Robert, incluyendo un camión de traslado, ya que algunos equipos que salían en la nota de Langdon eran sumamente grandes y pesados.


Cuando todo fue descargado en casa de Langdon, éste se puso a intentar armar, aunque era especialista en iconología y semiología religiosa, una especie de máquina. Logró la hazaña después de unos 6 meses, la máquina estaba lista y tenía una especie de entrada ideal para un humano. En aquella premonición que tuvo Langdon también aparecía, en una esquina, dónde se encendía ese raro artilugio que había hecho Robert. Le explicó a Jeniffer dónde debía encenderlo y se metió en la máquina. Jeniffer, como toda buena enfermera, obedeció la orden del profesor y puso a funcionar la máquina. 


El artefacto inmediatamente botó una especie de humo adentro que desmayó al profesor. Aproximadamente 5 horas después, despertó, en un paradero que él no conocía, una especie de desierto donde sólo escuchaba los relinches de algunos caballos que se acercaban rápidamente, encima de ellos iban hombres fornidos, de buena estatura, con una especie de armadura y unas armas que, para Robert, eran desconocidas. Él les hizo señas y ellos acudieron a su llamado, cuando se acercaron al anciano vieron que su ropa era extraña, de inmediato le tumbaron en la arena, uno se le acercó y le dijo.


–¿Quién eres? ¿Por qué andas por estos parajes sin armadura?


–Mi nombre es Robert Langdon, soy profesor de semiología e iconología religiosa en la universidad.


–¿De qué hablas? ¿Universidad? ¿Semiolo qué? ¡Qué nombre tan extraño, por cierto! –dijo el soldado con una cara que parecía muy poco amigable.


–¿En dónde estoy? Si me lo dices y además me ayudas a levantarme, puedo explicarte mejor– preguntó Robert lleno de miedo.


–Estos son los desiertos de mi amada Troya y yo soy el príncipe Héctor –dijo mientras le dejaba ponerse de pie


–¡Por favor! Muchacho, soy un anciano de casi 100 años de edad ¿Crees que me creeré tal mentira? Te ruego que me digas quién eres –insistió Robert confundido.


–Ya te dije que soy el príncipe Héctor y yo tampoco me creeré que tienes 100 años de edad ¡Soldados! Uno que viaje en mi caballo, a este forastero raro amarrenlo y llevemoslo a la ciudad –ordenó el príncipe


Los soldados obedecieron de inmediato. Después de 2 horas de un largo viaje amarrado a un caballo Robert seguía preguntándose quiénes eran esos tipos, dónde estaba. Cuando, de pronto, se dibujó frente a él una muralla enorme, con un portón de similar tamaño que se abrió al sonar una trompeta. Llegaron a una especie de podio o estrado de piedra, donde Robert fue presentado al rey.


–Encontramos a este hombre de ropaje extraño, padre –dijo Héctor mientras le servían un vaso del mejor vino.


–¿Cómo se llama? –preguntó el rey.


–Se hace llamar Robert Landgof –respondió Héctor.


–Langdon –corrigió el profesor.


–¡Qué nombre tan raro! –exclamó el rey con una expresión de duda en su cara.


De pronto, se escucharon unos gritos de los arqueros de las murallas, sonó otra trompeta y subió al podio un soldado diciendo.


–Mis señores, es Aquiles, ha venido solo y dice que quiere batirse a duelo con el príncipe Héctor, pues asesinó a su primo en la última querella –dijo el soldado un tanto agotado por la carrera.


De inmediato el profesor Robert recordó aquella novela que había leído y le dijo.


–¡No vayas! Morirás si lo haces.


–¿Cómo puedes decir eso forastero? Yo maté a su primo pensando que era él y debo enfrentar esta batalla –dijo Héctor mientras Robert seguía atado de manos.


–Sé perfectamente la historia de la guerra que desencadenó Paris por andar buscando a mujeres de otros hombres, específicamente la de Agamenón, también sé que mataste a su primo Patroclo y sé que si vas morirás, ellos llegarán con un caballo y acabarán con Troya –relató Robert un poco más crédulo de que sí se trataba de Héctor de La Iliada.


–¿Estás escuchando padre? El sol ha causado estragos en la mente de este anciano, no sé cómo conoce la historia, pero estoy seguro de que ese no es el final –dijo Héctor a su padre.


–Sí, hijo mío, este hombre está loco, enviemosle a él para que le cuente toda esa historia a Aquiles, sólo a ver qué pasa –dijo el rey.


Todos los soldados bajaron a Langdon del caballo, él mismo salió y trató de explicarle a Aquiles pero fue inútil, el fornido semidios no entró en razón y le cruzó el cuello con su afilada espada, poniéndole fin a la vida de nuestro querido profesor.

De esta manera, Homero despegó su pluma del papel escribiendo la palabra "FIN", satisfecho porque había terminado el último capítulo de su historia, una historia que al día siguiente tituló "La Iliada".



El cuerpo de marfil

Metáfora: "Tu cuerpo... Eras una torre de plata recubierta de escudos de marfil"


3 palabras, un sentido

Víbora/Cabeza/Escarlata

La víbora y mi esposa, melancolía sin fin (Triste)
Sólo la cabeza, sólo la cabeza... (Suspenso)
Sus labios escarlata y su amor sin cabeza (Romántico)


Gonzaleando ando

Gato asqueroso, tu mal
Olor me causa las más profundas
Naúseas, ni el
Zamuro produce en mí tal estado de
Ánimo, tu
Larga cola
Estorba mi estadía. Ah y hablando del
Zamuro, a él mismo te echaría.



-DENC

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