Dilema
Un año.
Ese era el tiempo que había transcurrido luego de lo sucedido en aquella plaza…
La
muchacha, esa de facciones que parecían talladas por un escultor de manos
gruesas pero firmes. Sus ojos eran dos ónix incrustados en su fisionomía de
princesa africana, rodeados estos por unas espesas pestañas largas de muñeca;
mientras que su piel tersa, era del color de los granos del café más tostado.
Había
sido inexperta ese día, actuando con sus impulsos humanos, sólo para tranquilizar al hombre que le ofrecía una taza del elixir oscuro habitual para
entablar conversaciones. Quizás eso no le permitió darle tiempo a los que sí
sabían qué hacer en esa situación, y hubiese conocido con profundidad a la
víctima de una agonía que lo sumergía en la fluctuación de la vida y la muerte.
Pero no lo sabía con certidumbre, y la culpa la invadía en las noches más
oscuras de su amargo remordimiento.
Siguió en
el mismo oficio, pero se juró a sí misma no cometer otra torpeza como esa, por
una falsa ilusión de un futuro incierto. Se preparó noche y día, con la
motivación en alto, no pensando en otra cosa que resguardar la vida de otra
víctima, aún más si era otro inocente con la misma desgraciada suerte. Pero
ella pensaba que la suerte no existía, o no siempre se encontraba a su favor.
Algunos
días era atacada por la inclemente ansiedad, días en los que, luego de un largo
día de trabajo, perdía dos horas de su vida en una cafetería pequeña, ubicada
en un lugar de mala muerte. Sin embargo, ella no parecía estar consciente de
eso, nunca se detuvo a pensar en si correría con el mismo final de algunos de
los pacientes. Ella se encontraba divagando en lo más recóndito de su mente,
mientras se tomaba una, dos, o hasta tres tazas de un café aguado, en grandes
bocanadas, hasta que sus dedos temblaban, y se obligaba a pagar e irse.
Entonces,
cumplió con aquella rutina poco habitual, y se dispuso a marcharse con la misma
prisa pausada, arrastrando los zapatos, con la mirada perdida al igual que su
cabeza. No se percató del grupo de tres hombres que la seguían desde que cruzó
el desolado callejón que no conocía con la vista, pero que sus pies se
aprendieron de memoria.
No
escuchó los pasos, ni siquiera los siseos que le hacían los sujetos en tono de
burla, las insinuaciones que eran más putrefactas que la basura que abundaba en
el lugar. Rodeada, fue cuando se vio obligada a detenerse y escudriñar el escenario
frente a sus ojos. El corazón le dio un vuelco tan fuerte en el pecho, que casi
sintió como se le descolocaba de su sitio. Un grito de auxilio se armó en su
pecho, pero no parecía ascender por su garganta, gracias al nudo que lo
impedía. Entregó todas sus pertenencias de valor, tal como lo exigían los
delincuentes, pensando que obtendría redención, pero ojalá hubiese sido así de
fácil…
Recibió
una golpiza, además de una puñalada en el costado, sólo porque ellos
consideraron que no llevaba algo realmente importante para llevarse, y la
dejaron delirante en la acera de una calle desolada, debajo de un cielo que
parecía sombrío desde su perspectiva confusa. Los malditos se llevaron su teléfono,
aunque no fuera el último modelo del mercado, pero le habría servido para hacer
una llamada, así fuese la última.
Lágrimas
brotaron de sus ojos, perdiendo las esperanzas de ser salvada, como muchos de
sus colegas lograron hasta con los que parecía imposible. Hipaba, temblaba,
mientras por su cabeza aparecía el recuerdo de aquel hombre de piel oscura,
como granos de cacao. Su mente le parecía estar haciendo una mala jugada,
porque si no fuera por su visión nublada, podía jurar, aunque la dieran por desequilibrada,
que él se encontraba delante de ella, en una situación inversa, por
casualidades del burlesco destino.
—¿Tú…? —fue
la única palabra que brotó de sus labios al momento, luego de un suave soplo de
alivio— ¿Eres… tú? —masculló, pero la pregunta quedó ahogada por los bramidos
de la sirena de una ambulancia.
Ahora que
lo recordaba, después de tanto tiempo, aquel pensamiento llegó a ella en ese instante,
tal como una bofetada avasalladora en un momento inesperado…
Nunca se
despidió de él…
Ahora
él, parecía darle la bienvenida.
Inspirado en: ''Place des Fetes'' de Oliver Schmitz, en Paris, Je t'aime
Clia LeBeau
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