jueves, 30 de marzo de 2017

LOS TRES HECHIZOS



 



Érase una vez un rey egoísta y glotón. Sus tierras eran fructíferas y hermosas, así que siempre tenía comida a su alcance. De día, o incluso de noche, sus sirvientes danzaban como hormigas a su alrededor, trayendo platos para llenar su estómago. El cual era tan ancho como un lago y tan profundo como un pozo sin fondo. “Pam, pam, pam” sonaban los pasos del Rey al caminar. Pues sus pies eran tan pesados que con su andar el castillo temblaba de punta a punta.
El monarca había comido todo lo que su reino tenía para ofrecer pero deseaba más. Dispuso entonces talar el bosque encantado junto a su territorio, donde los campesinos afirmaban haber visto criaturas mágicas, para conseguir nuevas tierras donde cosechar nuevos alimentos. Cuando sus consejeros oyeron la orden gritaron aterrorizados.

—¡Pero, majestad! —.Allí viven duendes malvados y trolls y brujas. ¿Acaso no teméis sus represalias?

—¡Bah! —contestó el Rey, demasiado ocupado comiendo pasteles—.¡Dejad que se atrevan! Es imposible que lleguen a mí. Jamás caeré en sus trampas.  

Así que el Rey comandó y su gente obedeció. Al amanecer, se dirigieron al bosque. Apenas habían cortado tres robustos árboles cuando de entre la maleza apareció un hombrecito de cabello de fuego y orejas puntiagudas. Bastaba una mirada en su dirección para saber que no era humano y fue por eso que los soldados, asustados, retrocedieron.

—¿Quién va? —preguntó el duende, pues eso era.

 —¡Somos soldados del Rey y venimos a talar el bosque! —respondieron los hombres.

—Permitid que hable con ese tal Rey primero —dijo el duende pelirrojo.

Los aludidos accedieron de inmediato pues tampoco se sentían con ánimos de seguir talando árboles en un bosque maldito, arriesgándose a encontrarse con alguna bruja u ogro. El Rey, al conocer al duende, rió y aquella risa rebotó por su barriga hasta crear un sismo en la habitación.  Le preguntó quién era y el por qué de su visita.

—Pido humildemente que su majestad se aleje de mi bosque—.dijo el pequeñín al tiempo que hacía una profunda reverencia.

—¡Bah!—Ladró el rey, lanzando migajas en todas direcciones —¿Por qué habría de hacerlo?

El duende sonrió, pues ya tenía un plan.

—Majestad, sé de buena fuente que sois amante de la comida. Así que os ofrezco un trato: cocinaré para vos las tres comidas de un día; deliciosos manjares provenientes de las mismas hadas. Si os gusta lo que os preparo, dejaréis el bosque en paz. Si no, las criaturas mágicas nos alejaremos, y el bosque será vuestro.

El Rey, incapaz de decir “no” ante una propuesta como aquella, convino. Al día siguiente, el hombrecillo se hizo cargo de la cocina sin compañía alguna. Solo, en dicha estancia, fraguó quién sabe qué durante muchas horas. Cada platillo era dirigido directamente al Rey glotón. Al llegar la noche ¡el monarca estaba encantado! E hizo llamar al duende. Cuando él preguntó si el pacto que habían hecho sería respetado, el Rey dijo:

—¡Bah! Por supuesto que no. Permaneceréis como mi cocinero personal y sólo así no destruiré vuestro bosque.

El duende se carcajeó entonces, sorprendiendo a todos en la pieza.

—No os preocupéis, Majestad. Por mi parte tampoco pensaba cumplir el acuerdo. 

He puesto en vuestros platillos tres obsequios, uno por cada árbol cortado en mi hogar. El primero, castiga a tu gente. El segundo, a ti mismo. Y el tercero, recordad muy bien pues es el más importante, sacará a relucir vuestro verdadero ser.

El Rey, enfurecido, mandó a apresar al duende. Sin embargo, apenas pudieron los guardias rozar su ropa antes de que este hubiese desaparecido con un “¡Puf!” sonoro. En ese mismo instante, en medio de la confusión y antes de que las palabras del duende fuesen asimiladas, el Rey se sintió extraño. No sólo extraño, ¡sino más grande!

—¡El Rey se infla!—gritaron los presentes huyendo en todas direcciones.

¡Y así era! El Rey, que ya era enorme, se infló como un globo y empezó a rebotar en la habitación aplastando todo a su paso. “Boing, boing, boing” hacía la pelota real al rebotar por el castillo, para luego dirigirse a la aldea y destruir cuánta casa halló en su vía. Cuando lograron por fin alcanzarle, ya se había desinflado. Pero el rey estaba sediento y hambriento, así que pidió que le alimentasen. Horrible fue su pesadilla al darse cuenta que la comida se volvía cenizas al entrar en contacto con sus manos. Los súbditos huyeron, despavoridos. ¡No podría comer nunca más! Entendió el rey, muy asustado, pensando únicamente en su estómago.

Se arrastró entonces al lago, tratando de terminar su miseria de una vez por todas. Pero las palabras del duendecillo rebotaron en su cabeza: “el tercero, sacará a relucir vuestro verdadero ser”. Un extraño hormigueo recorrió su cuerpo y sintió cómo sus extremidades, esta vez, se reducían.

—¿Qué sucede? —chilló el Rey.

Y el chillido sonó más animal que humano. ¡El Rey se había transformado en un cerdo!

Se dice que fue encontrado por una familia de hambrientos aldeanos, que por primera vez en mucho tiempo, comieron chuletas de puerco.



Karmilla14