Había
una vez, una camisa suya colgada en mi closet, pero que ahora me sirve de
pañuelo en ésta fría mañana. Con cada paso que doy en dirección a la
universidad, sólo puedo pensar en que su conversación, por primera vez, desapareció de mi inicio de whatsapp. Pero es
su culpa, él no me entiende, y fue él quien decidió todo, entonces él debe ser quien me escriba… ¿o no? La voz de
mi directora me saca de mis pensamientos, y me preparo para otro sermón por
contestarle a un profesor.
—Pensé
haberte dejado bastante claro que enfrentarte a un profesor nunca es la manera.
—No
sabía que decirle una verdad en la cara a alguien era enfrentarlo. Pensé que se
llamaba honestidad-contesto, sacando mis audífonos y comenzando a
desenredarlos.
—Sí,
pero sabes que no todo el mundo está dispuesto a recibir críticas. Tu nombre es
el más sonado en cada consejo de profesores. ¿Podrías, aunque sea por un día,
quedarte callada e ignorar las palabras con las que no estés de acuerdo? Aunque
sea intentarlo, ¿por favor? —Exclama
juntando sus manos como si elevara una plegaria al cielo.
—Puedo
intentarlo… pero no prometo nada. A mí nadie me gana una discusión.-Respondo
tajantemente antes de colocarme mis audífonos y darme media vuelta, preparándome para ignorar el mundo… justo como
él me ignora a mi.
Al
entrar al salón y sentarme, sé que el profesor me mira con desaprobación, en
parte por llegar tarde, en parte porque quiere que me quite los audífonos. Pero
no lo haré, hoy no tanto por rebeldía, sino porque sólo tengo ganas de
acostarme en mi pupitre y escuchar nuestra canción una y otra vez, y de que sea
él quien interrumpa la clase y no alguien más llegando tarde. Si todo iba tan
bien, ¿Qué había sucedido que causaba todo esta tormenta? Si cada día soy más
perfecta ¿por qué me dejaba? Noté que mi
amiga me hacía señas con la mano para
que le prestara atención, así que me quito los audífonos de mala gana.
—¿Qué
quieres?
—Si
no fuera porque en todas las clases tienes esa misma cara de desinterés, me
preocuparía de verte así-Dice mientras me sacude, para ver si me enderezo y me
uno a lo que ella llamaría “una buena conversación”, pero sencillamente no
tengo ganas—¿Entonces?
¿Qué pasó entre ustedes?
—Pasó
que sólo me dijo que hablaríamos hoy.
—¿Y
ya? ¿No te escribió más?
—No.
No le respondí siquiera-digo en un intento de parecer orgullosa de mi acción,
pero en realidad me carcome la culpa de no haberlo hecho…
—Excelente
chama. Que te escriba él, ya que tanto quiere hablar.-Y estas frases que antes
me daban risa, y a las que respondía irónicamente dándolas por verdaderas, hoy
me hacían querer llorar y tener muchas dudas.-Es más, yo que tú, ni siquiera lo
veria hoy.
Él no te puede contestar mal.
—Yo
le contesté mal primero-Digo intentando dilucidar si hice bien o mal
—Pero
él tiene que entender que tú te molestas, eso es normal. Él no puede molestarse
por una reacción tan natural, y hasta cotidiana
Cotidiana…
¿y ésta que me quiere decir? Estaba a punto de pararme y sacarle los trapitos
al sol a relucir, cuando su colonia invade el lugar. Me incorporé y lo ví en la puerta. Ha estado llorando. Lo
noto. Olvidándome de todos y con un nudo en la garganta, agarro mi mochila y
salgo. Se produce un silencio entre nosotros, ni siquiera nos miramos.
—Creí
que querías hablar-Digo suavemente
—Eso
depende de que tan mal me contestes
—Eso
depende de cuanto tenga que esperar para que me escribas
—¿Y
no puedes hacerlo tú? ¿Tanto te lastima demostrar interés? ¿Tanto te cuesta
analizar, aunque sea un segundo, si vale la pena molestarte por todo? ¿Tanto te
incomoda no tener la razón?-Con cada interrogante pude ver una lágrima correr
por su mejilla. —No
puedo seguir así… Lo siento, pero no. Esto ya ni siquiera es sano para alguno
de los dos. Por favor… sólo entrégame lo que te pedí.
La
razón por la que no reventé en lágrimas en ese momento, es un misterio resuelto
sólo por Dios.
—Pero…
¿y si cambias de opinión?- Pregunté con el único dejo de esperanza y de voz que
me quedaban. Sentía una opresión en mi pecho cada vez más fuerte. Tenía el
impulso de saltar a sus brazos, pero a la vez de alejarlo por hacerme esto.
—La
que tiene que cambiar eres tú
Había
una vez, una camisa suya colgada en mi closet, que ahora se alejaba por el
pasillo, junto con él.
-Vettel Lesser
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