Personajes:
Clarice Starling / El silencio de los corderos.
Dorian Grey / El retrato de Dorian Grey.
El eco de una realidad:
Es muy temprano. Aun el sol no sale en su máximo esplendor, todavía las tinieblas arropan los ojos de Clarice Starling. Los pajaritos, el latir de los perros y el cantar del gallo seguían ahogados por lo frío del amanecer.
—Este es mi momento—. Pensó Clarice.
Entre un baño fugaz, una taza de café y un par de llamadas telefónicas prepara un viaje, huyendo de algo que terminó sin haber comenzado.
Toma un taxi.
— Buen día Señor , por favor me lleva al Aeropuerto Internacional de Martinica—. Dijo ella con mucha urgencia.
Recibiendo del chófer un saludo hipócrita.
— Buen día, como usted mande.
Llegando al Aeropuerto, deja el dinero en el asiento de atrás, y dijo: — Conserve el cambio—.
Buen viaje—. Contestó el taxista con mucha displicencia.
El hombre del taxi le dijo: — Oiga, sonría, creo que le hace falta algo.
Ella haciendo caso omiso continúa su marcha. Una vez en el avión, ya en su asiento asignado,en primera clase, comienza su viaje a Helsinki, firme en no regresar.
En medio del vuelo se presentan turbulencias y algunas tormentas, que dieron pie a que el Capitán al mando y su copiloto dieran el anuncio de una parada obligada en el Aeropuerto Internacional De Los Ángeles, California.
Clarice podía escuchar las amargas voces de los pasajeros al enterarse del inconveniente. Ella mientras tanto dijo para si: " nada puede ser peor de lo que me ha pasado".
Después de dos horas extenuantes de espera, por fin oye a través de los alta voces : — Los pasajeros del vuelo 415, por favor ubicarse en la salida número 4.
Clarice agradeciendo al cielo como cualquier religiosa, sale a toda prisa.
.
Mientras ella espera, por otro largo rato, un hombre de mediana edad observa el traqueteo de sus manos y pies, y su sofocante murmuración. Al cabo de un par de minutos el hombre se mueve hacia donde está ella, clavando su ojos...
—Buenas tardes señorita—. Susurró.
— Buenas tardes señor—. Contestó ella.
—Mi nombre es Dorian Grey—. Dijo él con petulante educación.— ¿Puedo saber a que nombre usted responde?.— Musitó él.
— Por supuesto, soy Clarice Sturling — respondió con holgados modales.
Durante la espera, entre palabrerías, risas, metáforas fueron tejiendo una célebre conversación, a tal punto que Dorian pregunta: — ¿ A qué se debe tu viaje?—. Rápidamente obtiene la respuesta de Clarice.
— Buscando nuevos horizontes.
— Me parece bien—. Dijo él con vehemencia.
Entre preguntas tejieron un delgado hilo de confianza, compartieron anécdotas, criterios hasta una botella de agua... De pronto Dorian dice:— ¿ Cual es tu color favorito?—. Ella sin pensarlo, respondió:
— No tengo—.
— ¿Por qué?— Preguntó Dorian con intriga.
— Me parece que la mayoría de los colores los relacionan con lo cursi, el amor, y, realmente esas cosas a mi me dan diabetes—. Mucha azúcar para mi—. Dijo entre risas Clarice.
— En eso coincidimos muy bien—. Creo que el amor enferma, te envejece, y más cuando no eres correspondido, si bien es cierto que te hace sentir único, también te puedes ver tan solo, sucede mucho cuando no tienes con quien compartirlo. El amor es injusto, no es para todos. Cuando no conoces ese terreno, es como clavarte una puñalada que va directo al corazón—. Argumentó él.
— Me da mucho que pensar eso que dices Dorian—. Replicó ella.— Yo tampoco creo en el amor.
— ¿ Sabes por que?—. Porque el amor es un sentimiento que viola sin tapujos tu privacidad, no te dice cuando llega, aprendes a llevarlo contigo, y de pronto zas! Desaparece, dejándote en en una hostil agonía.
— ¿Sabes Clarice?—. Alguien me dijo en una oportunidad que el amor si existe. Recuerdo que esa persona me comentó que él encontraba la inspiración y la musa para amar en una cruz ensangrentada, la cual era llevada por alguien... Y fue recurrente en decirme que en cada azote que ese hombre llevó, su pasado borraba. Por supuesto le dije que era solo un mito, y que me parecía algo descabellado.
No había terminado Dorian de hablar, cuando de pronto Clarice lo interrumpe.
— Me recuerdo también de una mujer anciana, que lo único que tenía fuerte era el gris que irradiaba de su cabeza, y me dijo— Hubo alguien que entregó a su hijo a morir por la humanidad y no lo escatimó. Yo le pregunté— ¿ Por qué alguien haría algo así?.
— Por muchas razones— Me respondió la mujer. —Y tu eres una de ellas—. Terminó diciéndome.
Dorian responde:
—¿ Alguien osaría morir por mi?.
Continuó diciendo:
— Clarice, está claro que nosotros no creemos en el amor, pero si fuese cierto lo que aquella anciana te dijo , y lo que aquel hombre me contó. Entonces estaríamos hablando de una obra de amor diferente.
— De ser cierto, un amor así no tiene parangón, un amor como ese tuvo que dividir la historia—. Terminó diciendo Clarice mientras se marchaba a tomar su vuelo.
FIRI.
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